• Cecilia. Dama infinita

  • 2024/10/24
  • 再生時間: 12 分
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  • サマリー

  • Cuando mi amigo Calderón hablaba de Cecilia asomaba a sus ojos cariño, admiración y cierta nostalgia. Él, como muchos de sus coetáneos, músicos, amigos y fans se quedó atrapado en esa rueda de hámster del estupor. La muerte debería estar prohibida a determinadas edades. Cecilia se llamaba en realidad Eva Sobredo. Era una mujer moderna, culta, mona y con un talento fuera de lo común para la música y las letras. También pintaba. En su segundo álbum aparecían algunos de sus cuadros. Murió en un accidente de tráfico con 27 años. Su pianista y conductor no vio el carro con bueyes que atravesaba un camino secundario de una Zamora sin luces rurales. Eva-Cecilia estaba en el mundo muy consciente. Con el afán de cambiar las cosas. Sus letras eran atrevidas, inteligentes, divertidas, poéticas, feministas —de muy negros lutos ellos— callejeras, existencialistas. Como había que esquivar la censura franquista, su padre, a la sazón diplomático y militar, le aconsejaba como bordear los límites de la tontería dictatorial. Sorprende como algunas joyas de la música sobrevivieran intactas. “Yo no quiero vestir sedas de soltera, santos de madera: eso no es para mi”. O el desgarrador ¿Quién pasó tu hambre? /¿Quién bebió tu sangre cuando estabas seca? De “Mi querida España”. Eva siempre fue la pizpireta de ocho hermanos en un hogar muy musical. Su abuela era concertista de piano y casi todos tocaban algún instrumento. Su infancia diplomática la llevó a lugares tan dispersos como Jordania, Argelia, Reino Unido, Portugal, Estados Unidos. En esta Españita rancia, Cecilia era un soplo de aire fresco, con sus versiones de Dylan y su perfecto inglés. Ganó un concurso nacional de cantautores a los 16 años y aunque ya había empezado sus estudios de Derecho, todo lo abandonó para dedicarse a su arte. Su primer compañero musical fue Julio Seijas. En el 71 firma su primer contrato con la CBS. Allí es cuando deciden llamarla Cecilia, porque había otra estrella de la época con su nombre, Eva. Los inspiradores fueron los Simon and Garfunkel que habían lanzado una famosa y exitosa canción que se titulaba así: Cecilia. Su primer sencillo no tuvo mucho éxito, pero sí que marcó la diferencia porque Eva no se parecía a nadie. No hacía canción francesa, en todo caso, algo así como un bluessy-folk, incluso por ahí existen grabaciones con un tono funk, rescatadas del olvido por dos trabajos póstumos que hizo Juan Carlos Calderón sobre ella. El primero de ellos —que pasó un poco desapercibido— sorprende. Escuchamos la voz de Cecilia con arreglos muy modernos en Sister of sand. En el 72, sale a la venta su primer álbum con una protagonista “Dama, dama”, que criticaba el falso puritanismo de esa puntual cumplidora del tercer mandamiento/algún desliz en el sexto (lo de inconexo lo tuvo que poner por la censura). También estaba ese “Nada de nada”: una brisa sin aire soy yo, nada de nadie. En la portada de este primer disco, Cecilia aparece con un guante de boxeo. Toda una declaración de intenciones. El segundo contenía temas como Mi ciudad, o Andar. Este es un trabajo que destila tristeza; Cecilia canta a la guerra, el suicido, a los amores fugaces: quiero tu sombra junto a mi sombra/tu peso tibio sobre mi almohada/ decir en silencio, decir sin palabras/ tu boca dulce mi boca amarga. CBS decide que Cecilia vaya al festival de la OTI. Prácticamente la obligan. Calderón es el compositor y ella le confiesa que no se siente cómoda cantando algo que no sea suyo: pues hazlo tuyo, haz la letra. Así nace Amor de medianoche. Queda en segunda posición. Él será también arreglista de su tercer y último disco “Un ramito de violetas”, donde encontramos otros grandes éxitos de la cantautora. Y ya no hubo después. La noche del bolo en Zamora salieron con prisa porque tenía que estar por la mañana en la discográfica. Después llegaron los discos póstumos, los homenajes. Calderón nunca me contó nada del día después, cuando sonó el teléfono de su casa y le dieron la fatídica noticia de su muerte. Quizá se quedó colgado en la rueda de hámster, como nos deja en suspenso la muerte inesperada de alguien a quien apreciamos.
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あらすじ・解説

Cuando mi amigo Calderón hablaba de Cecilia asomaba a sus ojos cariño, admiración y cierta nostalgia. Él, como muchos de sus coetáneos, músicos, amigos y fans se quedó atrapado en esa rueda de hámster del estupor. La muerte debería estar prohibida a determinadas edades. Cecilia se llamaba en realidad Eva Sobredo. Era una mujer moderna, culta, mona y con un talento fuera de lo común para la música y las letras. También pintaba. En su segundo álbum aparecían algunos de sus cuadros. Murió en un accidente de tráfico con 27 años. Su pianista y conductor no vio el carro con bueyes que atravesaba un camino secundario de una Zamora sin luces rurales. Eva-Cecilia estaba en el mundo muy consciente. Con el afán de cambiar las cosas. Sus letras eran atrevidas, inteligentes, divertidas, poéticas, feministas —de muy negros lutos ellos— callejeras, existencialistas. Como había que esquivar la censura franquista, su padre, a la sazón diplomático y militar, le aconsejaba como bordear los límites de la tontería dictatorial. Sorprende como algunas joyas de la música sobrevivieran intactas. “Yo no quiero vestir sedas de soltera, santos de madera: eso no es para mi”. O el desgarrador ¿Quién pasó tu hambre? /¿Quién bebió tu sangre cuando estabas seca? De “Mi querida España”. Eva siempre fue la pizpireta de ocho hermanos en un hogar muy musical. Su abuela era concertista de piano y casi todos tocaban algún instrumento. Su infancia diplomática la llevó a lugares tan dispersos como Jordania, Argelia, Reino Unido, Portugal, Estados Unidos. En esta Españita rancia, Cecilia era un soplo de aire fresco, con sus versiones de Dylan y su perfecto inglés. Ganó un concurso nacional de cantautores a los 16 años y aunque ya había empezado sus estudios de Derecho, todo lo abandonó para dedicarse a su arte. Su primer compañero musical fue Julio Seijas. En el 71 firma su primer contrato con la CBS. Allí es cuando deciden llamarla Cecilia, porque había otra estrella de la época con su nombre, Eva. Los inspiradores fueron los Simon and Garfunkel que habían lanzado una famosa y exitosa canción que se titulaba así: Cecilia. Su primer sencillo no tuvo mucho éxito, pero sí que marcó la diferencia porque Eva no se parecía a nadie. No hacía canción francesa, en todo caso, algo así como un bluessy-folk, incluso por ahí existen grabaciones con un tono funk, rescatadas del olvido por dos trabajos póstumos que hizo Juan Carlos Calderón sobre ella. El primero de ellos —que pasó un poco desapercibido— sorprende. Escuchamos la voz de Cecilia con arreglos muy modernos en Sister of sand. En el 72, sale a la venta su primer álbum con una protagonista “Dama, dama”, que criticaba el falso puritanismo de esa puntual cumplidora del tercer mandamiento/algún desliz en el sexto (lo de inconexo lo tuvo que poner por la censura). También estaba ese “Nada de nada”: una brisa sin aire soy yo, nada de nadie. En la portada de este primer disco, Cecilia aparece con un guante de boxeo. Toda una declaración de intenciones. El segundo contenía temas como Mi ciudad, o Andar. Este es un trabajo que destila tristeza; Cecilia canta a la guerra, el suicido, a los amores fugaces: quiero tu sombra junto a mi sombra/tu peso tibio sobre mi almohada/ decir en silencio, decir sin palabras/ tu boca dulce mi boca amarga. CBS decide que Cecilia vaya al festival de la OTI. Prácticamente la obligan. Calderón es el compositor y ella le confiesa que no se siente cómoda cantando algo que no sea suyo: pues hazlo tuyo, haz la letra. Así nace Amor de medianoche. Queda en segunda posición. Él será también arreglista de su tercer y último disco “Un ramito de violetas”, donde encontramos otros grandes éxitos de la cantautora. Y ya no hubo después. La noche del bolo en Zamora salieron con prisa porque tenía que estar por la mañana en la discográfica. Después llegaron los discos póstumos, los homenajes. Calderón nunca me contó nada del día después, cuando sonó el teléfono de su casa y le dieron la fatídica noticia de su muerte. Quizá se quedó colgado en la rueda de hámster, como nos deja en suspenso la muerte inesperada de alguien a quien apreciamos.
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