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Tiempos de entrega y productividad

Tiempos de entrega y productividad

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このコンテンツについて

Hace un par de meses, en un intento de autoengaño, dije que iba a desconectarme para enfocarme en la escritura de un nuevo texto. Aguanté como un mes sin redes sociales, y allí estoy de nuevo nadando en una oferta masiva de distracciones.

En todo este tiempo he redactado apenas una página. Cuartilla que escribo, reescribo y, con el pasar de los días, vuelvo a desechar para intentar expresarme de otra forma. Es el resultado de una mezcla de inconformidad y vagancia que impide mi avance.

No recuerdo si ella estaba citando a alguien, pero, cuando estaba como en segundo semestre de Comunicación, una profesora nos dijo que un texto nunca llegaba a estar completamente listo —porque siempre había algo que podía seguir puliéndose—, solo llegaba la fecha en la que había que entregarlo.

Entonces, como yo no tengo un límite de tiempo real, me es fácil demorar la escritura. Al no deberle nada a nadie, ni pierdo dinero, ni obtengo malas calificaciones, ni quedo mal ante algún editor.

Hace falta voluntad como la de Santiago Posteguillo, que sabe que estará ocupado hasta el 2032 escribiendo un total de seis novelas sobre la vida de Julio César. Y está bien; él por ser un bestseller puede sumar a la ecuación la motivación económica, pero no se puede menospreciar la ambición y determinación que tiene al embarcarse en un proyecto de esa magnitud.

En cambio, yo ni siquiera puedo garantizar el envío de uno de estos escritos la próxima semana.

Intento excusar mi falta de disciplina alegando que no tengo un espacio de trabajo óptimo. Porque escribo en casa, un lugar tan pequeño que —para que se hagan una idea— nos vemos en la obligación de tener la nevera en la sala. Ojo, que no lo digo como algo negativo, es el sueño de cualquier birrero. Pero como mi salón es a su vez cuarto de estar, comedor y espacio de trabajo, es fácil perder la concentración.

Pensé que, así como en el ambiente de oficina uno está mentalizado para trabajar y no para cocinar o ver una película, conseguir un lugar más apropiado me haría más productivo. Por eso me registré en el sistema de bibliotecas públicas de Madrid, para hacer uso de sus salas de lecturas.

Me acerqué a una que tengo a pocas cuadras de casa y, acostumbrado a que lo público no funcione, me sorprendió lo bien dotado y actualizado que estaba su catálogo. Me paseé por las estanterías y me llevé algunos libros a casa.

Por préstamo, cada persona puede llevarse hasta seis libros durante 30 días, y ese límite de tiempo para la devolución sí que me hizo más eficiente como lector, porque era obvio que aplazar la lectura era sinónimo de no leer.

Por supuesto, no sumé ni una sola palabra a mi texto, que es lo que originalmente pretendía.

Entonces ¿cuál es la moraleja? Bueno, ninguna. Lamento no poder compartirte la fórmula para la productividad.

Las conclusiones son las siguientes:

  1. Si puedes, acércate a una biblioteca y pide un libro, que es bueno, bonito y gratis.
  2. Mi no-escritura no se debe a la falta de una cabaña/estudio alejada de los bullicios de la ciudad y propicia para la creación. Es que soy vago y tengo facilidad para encontrar distintas maneras de procrastinar. Ya está.

Postdata:

Leí uno bueno de Vargas Llosa que trata sobre los sucesivos cambios de poder en la Guatemala de los años 50 titulado Tiempos recios. Una mezcla de ficción e historia política que se entrelaza con La fiesta del Chivo.

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