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サマリー
あらすじ・解説
Era una fiesta como pocas: Pentecostés, la celebración de las primicias. Jerusalén estaba llena de peregrinos, de cantos, de recuerdos del Sinaí. Pero ese día, las primicias no serían de trigo, sino de almas. Un viento recio rasgó el cielo, lenguas de fuego descendieron, y la voz de Pedro —llena del Espíritu que Jesús había prometido— se levantó con poder.
Las palabras no fueron suaves. Fueron como saetas certeras. “A este Jesús... vosotros crucificasteis.” Pero no fue un mensaje sin esperanza. Fue una palabra que cortó para sanar, que acusó para perdonar, que despertó para salvar.
Aquel día, la ciudad que había gritado “¡Crucifícale!” ahora preguntaba con el corazón compungido: “¿Qué haremos?” Esta es la pregunta que marca el inicio de toda verdadera conversión. No es una pregunta teórica, sino desesperadamente práctica. Ya no hay excusas, ni justificaciones, ni distracciones religiosas. Es el momento en que el alma, desnuda ante la verdad, clama por una salida… por una esperanza.
Pedro responde con un llamado claro, lleno de verdad, pero también rebosante de gracia. Dios no solo revela el pecado: ofrece perdón, restauración y poder. La gracia que alcanzó a los culpables de la cruz es la misma que nos alcanza hoy.